Les cuento algo para que me conozcan más, juego al hockey. Hace mucho tiempo que este deporte se transformó en algo más que eso, es mi cable a tierra, mi psicólogo, mi transformación, lo que me ayuda a cambiar de humor, descargar, etc. El deporte y la actividad física es esencial en mi vida. Pero no voy a hablar de eso ahora, capaz otro día.
En realidad quería contarles algo que me pasó días atrás y que hoy lo entiendo un poquito mejor. La semana pasada, en un entrenamiento me agarró una molestia en la parte superior de la pierna, no le dí bola, y seguí. Al siguiente entrenamiento, esa molestia aumentó, le puse un poco de hielo, tomé un ibuprofeno para disipar la inflamación y dolor e hice como si nada pasara. Llegó el domingo y me tocaba jugar. En la entrada en calor, previa al partido, la molestia se transformó en dolor. Como me había estado entrenando más duro que nunca, y esforzándome tanto para llegar bien al partido, no podía dejar que esto me sacara de juego. Así que le avisé al preparador físico (PF), que me dio un par de ejercicios, me puso frío en aerosol (como para congelar el dolor) y entré a jugar. Minuto a minuto mientras más transpiraba la camiseta, también aumentaba el dolor, pero seguí. Entretiempo, ya el dolor me preocupaba, el PF me ayudó a estirar y relajar, mucho mas frío en la zona, escuche recomendaciones y de nuevo a la cancha. Durante el partido, entre la adrenalina, la pasión y concentración, el dolor se transformo en soportable y me acostumbre a el y seguí así hasta que termino.
Salí conforme, porque luche hasta el ultimo momento, incluso con dolor cada vez mas agudo, sabiendo que me entregue al 100% y deje todo lo que tenia que dejar en la cancha, me senté para disfrutar del tercer tiempo, como es costumbre en el hockey. A medida que el cuerpo se iba enfriando, el dolor se hizo cada vez más fuerte, incluso no dejándome caminar con normalidad.
Llegue a casa, con lágrimas en los ojos, angustiada y rengueando. Me mandaron a hacer reposo deportivo toda la semana. No pude entrenar, ni descargar, ni tener mi cable a tierra, porque no escuche a mi cuerpo que me decía que algo no andaba bien. NO me escuche y terminé peor, sufriendo el doble y con consecuencias aún mayores.
Y lo que logré entender hoy, es que por ahí, en la vida hacemos lo mismo. No escuchamos ni queremos ver esas cosas que nos molestan, y empiezan a generarnos dolor. Nos empecinamos que es mejor seguir, luchandola, entregándonos, en esos casos que sabemos que después de eso solo hay dolor y angustia. Elegimos muchas veces batallas que no valen lo suficientemente la pena y nos entregamos como si lo valiera, terminando mas rotos que antes.
No digo que no valga la pena luchar, todo lo contrario, si no que quizás deberíamos aprender a elegir mejor las batallas y hacer que esa elección valga la pena. Congelamos el dolor de mil y un maneras, para hacerlo soportable, incluso muchas veces nos acostumbramos a el, queremos que funcionen las cosas, aunque ya estén dañadas o lesionadas. Le seguimos haciendo desgarros al corazón, porque no sabemos cuando aceptar que hay ciertas cosas que no funcionan y que nos llaman la atención para que paremos y revisemos que es realmente la mejor opción para continuar.
Hoy estoy recuperada de la lesión en la pierna, y la del corazón, en rehabilitación. Ambos, con un nuevo aprendizaje, que ojalá la próxima sea más fácil, parar y no esperar a que se me rompan de nuevo.
En realidad quería contarles algo que me pasó días atrás y que hoy lo entiendo un poquito mejor. La semana pasada, en un entrenamiento me agarró una molestia en la parte superior de la pierna, no le dí bola, y seguí. Al siguiente entrenamiento, esa molestia aumentó, le puse un poco de hielo, tomé un ibuprofeno para disipar la inflamación y dolor e hice como si nada pasara. Llegó el domingo y me tocaba jugar. En la entrada en calor, previa al partido, la molestia se transformó en dolor. Como me había estado entrenando más duro que nunca, y esforzándome tanto para llegar bien al partido, no podía dejar que esto me sacara de juego. Así que le avisé al preparador físico (PF), que me dio un par de ejercicios, me puso frío en aerosol (como para congelar el dolor) y entré a jugar. Minuto a minuto mientras más transpiraba la camiseta, también aumentaba el dolor, pero seguí. Entretiempo, ya el dolor me preocupaba, el PF me ayudó a estirar y relajar, mucho mas frío en la zona, escuche recomendaciones y de nuevo a la cancha. Durante el partido, entre la adrenalina, la pasión y concentración, el dolor se transformo en soportable y me acostumbre a el y seguí así hasta que termino.
Salí conforme, porque luche hasta el ultimo momento, incluso con dolor cada vez mas agudo, sabiendo que me entregue al 100% y deje todo lo que tenia que dejar en la cancha, me senté para disfrutar del tercer tiempo, como es costumbre en el hockey. A medida que el cuerpo se iba enfriando, el dolor se hizo cada vez más fuerte, incluso no dejándome caminar con normalidad.
Llegue a casa, con lágrimas en los ojos, angustiada y rengueando. Me mandaron a hacer reposo deportivo toda la semana. No pude entrenar, ni descargar, ni tener mi cable a tierra, porque no escuche a mi cuerpo que me decía que algo no andaba bien. NO me escuche y terminé peor, sufriendo el doble y con consecuencias aún mayores.
Y lo que logré entender hoy, es que por ahí, en la vida hacemos lo mismo. No escuchamos ni queremos ver esas cosas que nos molestan, y empiezan a generarnos dolor. Nos empecinamos que es mejor seguir, luchandola, entregándonos, en esos casos que sabemos que después de eso solo hay dolor y angustia. Elegimos muchas veces batallas que no valen lo suficientemente la pena y nos entregamos como si lo valiera, terminando mas rotos que antes.
No digo que no valga la pena luchar, todo lo contrario, si no que quizás deberíamos aprender a elegir mejor las batallas y hacer que esa elección valga la pena. Congelamos el dolor de mil y un maneras, para hacerlo soportable, incluso muchas veces nos acostumbramos a el, queremos que funcionen las cosas, aunque ya estén dañadas o lesionadas. Le seguimos haciendo desgarros al corazón, porque no sabemos cuando aceptar que hay ciertas cosas que no funcionan y que nos llaman la atención para que paremos y revisemos que es realmente la mejor opción para continuar.
Hoy estoy recuperada de la lesión en la pierna, y la del corazón, en rehabilitación. Ambos, con un nuevo aprendizaje, que ojalá la próxima sea más fácil, parar y no esperar a que se me rompan de nuevo.
Mujer Invisible
siempre es más fácil ponerse una curita en la pierna que en el corazón.
ResponderBorrarlástima que cuando se aprende la diferencia ya es tarde.
como verás, descubrí tu blog y estoy leyendo por arriba, espero que no te moleste.
salud!
Gaucho gracias por todos tus mensajes y por leer!!! Ninguna molestia, todo lo contrario... Abrazo...
Borrar